En nuestro tiempo es necesaria una renovada educación en la fe, que comprenda ciertamente un conocimiento de sus verdades y de los acontecimientos de la salvación, pero que sobre todo nazca de un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo, de amarle, de confiar en Él, de forma que toda la vida esté involucrada en ello. Tener fe significa también obedecer (¡qué fea suena esta palabra a muchos oídos!).
Ahora, una pregunta: ¿Hasta donde ha de llegar la fe de un creyente? ¿Debemos aceptar cualquier cosa si viene de Dios?
Cualquier día normal, si me encuentro esta pregunta pienso: “¡Qué bien! La conversación va a ser estupenda, y muy productiva.” Pero hoy no era un día normal, así que mi respueta fue de lo más clara: “Muy buena pregunta. Si viene de Dios, no es cualquier cosa.”
Ahora, una pregunta: ¿Hasta donde ha de llegar la fe de un creyente? ¿Debemos aceptar cualquier cosa si viene de Dios?
Cualquier día normal, si me encuentro esta pregunta pienso: “¡Qué bien! La conversación va a ser estupenda, y muy productiva.” Pero hoy no era un día normal, así que mi respueta fue de lo más clara: “Muy buena pregunta. Si viene de Dios, no es cualquier cosa.”
De verdad, la pregunta me parece una maravilla, al margen de lo acertada o no que sea mi respuesta. Porque creo que está latente en el corazón de muchos creyentes a la hora de acercarse a la voluntad de Dios. La pregunta iluminará sin duda a muchos cristianos, que también se preguntan lo mismo, y deberían tener la valentía de hacerse eco de estas cuestiones interiores, y buscar luz. Sinceramente, creo que opté por la respuesta mejor dadas las circunstancias, y más allá de la espontaneidad y el juego de la misma. La voluntad de Dios no es un añadido espiritual a la vida de fe, accidental para unos o nuclear sólo para unos pocos, sino algo que es considerado como fundamental siempre. Claro está que la pregunta, en cualquier caso, no responde siempre al mismo contexto: unos buscan la voluntad de Dios por temor a fallar, otros impresionados por su Misterio y como signo de autoridad en sus vidas, otros por una posible vida moralizada desde pequeños, otros por la comodidad de encontrar una respuesta simple y facilona a su propia vida, otros por amor, otros como muestra del Señorío de Dios en su vida. Entonces, ¿hasta dónde puede llegar la fe de un creyente? Y mi respuesta es ahora: “Hasta la comunión con Dios, hasta la unidad con Dios, hasta la cercanía máxima con Dios.” Por lo tanto, ¿debemos aceptar cualquier cosa si viene de Dios? Y mi respuesta la dejaría nuevamente clara: “Si viene de Dios, ¡acéptala! Pero no te confundas, porque atribuir a Dios lo que no es de Dios se llama idolatría, y Dios nunca quiere “cualquier cosa” para los suyos, sino que su designio se ha revelado como misterio de salvación y de amor. Estos serán entonces los signos que hay que discernir en relación a esta cuestión. Si obran para la salvación, si están regidos por el amor. Si no son ni para la salvación, ni para el amor, claramente no son de Dios. Porque Dios no entretiene a sus hijos, sino que entrega al Hijo. Y esto, que quizá nos pueda parecer “cualquier cosa” de tanto repetirlo y verlo, el día que se hace verdad en nuestra existencia y nos enfrentamos a un amor tan grande, deja de ser “lo de siempre” para sustentar un acontecimiento único de comunicación y revelación de Dios mismo en nuestra propia vida.”
Para buscar la voluntad de Dios, aprovechando la pregunta que me han hecho en Twitter, diría lo siguiente:
Volviendo, para terminar, a la pregunta de este twittero simpático, diría, para mayor confunsión de unos y aclaración de otros que la fe de un creyente debe ser asentada y cultivada, evangélicamente prudente y dueña de sí misma; una fe sin libertad ni razón no es humana, como tampoco es “claramente” de Dios. Otra cosa es que la fe sea una locura para el mundo o para tantos, y que responda a una lógica más fuerte que la de la seguridad, similar a la lógica del amor apasionado y del amor agradecido y entregado. Y, a la segunda pregunta, decir que claramente no debemos aceptar cualquier cosa de Dios, ni a la primera, ni a la segunda. Mantengo que Dios no pide nunca cualquier cosa, aunque algunas veces no comprendamos bien sus designios, porque no está en juego nuestra propia vida, sino también la de otros. Mantengo que Dios más que mandar a los hombres “cosas”, se da a sí mismo. O así al menos lo aprendo en la Eucaristía, como fuente y culmen de todo lo de Dios.
En base a un artículo de P. José Fernando Juan (mambre.wordpress.com) y otras fuentes.
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