25 abr 2012

Estar alegres es una forma de dar gracias

Con nuestra alegría hacemos bien a nuestro alrededor

En estos días seguimos disfrutando de la alegría pascual, que culminará su ciclo en la fiesta de Pentecostés, aunque se renueva cada Domingo en la Eucaristía. Sabemos que la alegría verdadera no depende del bienestar material, de no padecer necesidad, de la ausencia de dificultades, de la salud. La alegría profunda tiene su origen en Cristo, en el amor que Dios nos tiene y en nuestra correspondencia a ese amor.

«Yo les daré una alegría que nadie les podrá quitar», dijo Jesús, según recoge el evangelista San Juan. Efectivamente, nadie, ni el dolor, ni la calumnia, ni el desamparo, ni las propias flaquezas, si volvemos con prontitud al Señor, nos podrán apartar de la alegría verdadera. La única condición que nos pone el Señor es que no nos separemos nosotros de Él, que no dejemos que las cosas no separen de Dios. Que nos sepamos hijos de Dios, en todo momento.
Estar alegres es una forma de dar gracias a Dios por los innumerables dones que nos hace. Con nuestra alegría hacemos mucho bien a nuestro alrededor, pues esa alegría lleva a los demás a Dios. Dar con alegría será, con frecuencia, la mejor muestra de caridad para quienes están a nuestro lado.
HOGARES ALEGRES
Muchas personas podrán encontrar a Dios en nuestro optimismo, en la sonrisa habitual, en una actitud cordial. Dios quiere que el hogar en el que vivimos sea un hogar alegre. Nunca un lugar oscuro y triste, lleno de tensiones por la incomprensión y el egoísmo. Una casa cristiana debe ser alegre, porque la vida sobrenatural lleva a vivir esas virtudes -generosidad, cordialidad, espíritu de servicio-, a las que tan íntimamente está unida la alegría. Un hogar cristiano da a conocer a Cristo, de modo atrayente, entre las familias y en la sociedad.
ALEGRÍA, EN EL TRABAJO Y EN LA CALLE
También debemos procurar llevar esta alegría serena y amable a nuestro lugar de trabajo, a la calle, a las relaciones sociales. El mundo está triste e inquieto y tiene necesidad, ante todo, de la paz y de la alegría que el Señor nos ha dejado. ¡Cuántos han encontrado el camino que lleva a Dios en la conducta cordial y sonriente de un buen cristiano!
José Manuel Ardións (España).