18 dic 2011

Las "grietas" de un caño



Columna del Obispo Diocesano, Mons. Pablo Galimberti

Un recorrido al año que termina es como un paisaje de luces y sombras, al estilo de las pinturas de Rembrandt. Y si con artimañas lográramos borrar las sombras, resultaría un cuadro sin contrastes, carente de misterio, belleza y profundidad. 
A esas sombras que caminaron con nosotros durante este año, propongo llamarlas “grietas”: la magia del cuento “las dos vasijas y el aguatero” nos guiará.  

“Un aguatero tenía dos grandes vasijas que colgaba en los extremos de un palo y que, a la manera de un yugo, cargaba sobre los hombros. Una tenía varias grietas por las que se escapaba el agua, de modo que al final de un camino sólo conservaba la mitad, mientras que la otra era perfecta y mantenía intacto su contenido. Esto sucedía diariamente.
La vasija sin grietas estaba muy orgullosa de sus logros pues se sabía idónea para los fines para los que había sido moldeada. Pero la vasija agrietada se lamentaba por su defecto que le impedía cumplir correctamente con su tarea. Y al cabo de dos años le dijo al aguatero:

-Estoy avergonzada y me quiero disculpar contigo porque debido a mis grietas sólo obtienes la mitad del dinero que deberías recibir por tu trabajo.

El aguatero le contestó: Cuando regresemos a casa quiero que notes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino.

Así lo hizo la vasija y pudo comprobar, efectivamente, muchas flores hermosas al borde del sendero; pero siguió sintiéndose apenada porque al final del trayecto diario sólo guardaba dentro de sí la mitad del agua con que la habían llenado.

El aguatero le dijo entonces:

-¿Te diste cuenta que las flores sólo crecen en tu lado del camino? Quise sacar el lado positivo de tus grietas y sembré semillas de flores. Todos los días las has regado y durante dos años yo he podido recogerlas. Si no fueras como eres, con tu capacidad y tus límites, no hubiera sido posible crear esa belleza.
Todos somos vasijas agrietadas, pero siempre existe la posibilidad de aprovechar las grietas para obtener frutos inesperados”. Hasta aquí el cuento.

Las dos vasijas son como nuestras dos caras. Nos molesta el lado oscuro cuando lo vemos sólo como desgracia, carencia, molestias, miedos, metas no alcanzadas o tropiezos. Fácilmente cedemos ante la presión de la sociedad competitiva, que alienta el éxito inmediato y maquillamos las grietas personales. A la tela de Rembrandt le suprimimos las sombras. Pero ¿qué pasaría si con humildad y valentía no sólo las aceptamos sino que comprobamos que además riegan flores? A veces, a causa de una perspectiva económica y narcisista, a la hora del balance de la vida y sus peripecias durante un año, atendemos a los logros económicos o materiales, sin percibir ni adivinar el valor y la belleza de las pequeñas cosas diarias que crecen en nosotros y en nuestro entorno. Quizás creció la paciencia o el amor a nuestras íntimas aspiraciones, en el matrimonio, en la propia familia o en el trabajo.

El cuento nos permite aproximarnos, con ojos nuevos, al acontecimiento del pesebre navideño. Entre límites y asperezas, animales, olores y frío invernal, cuánta dignidad y tesoros ocultos, cuánta paz y serenidad. El Niño, Hijo de Dios, abraza mi arcilla y mis grietas, la tierra oscura y rebelde. En ese pesebre duerme y respira el mundo reconciliado.

En ese niño débil está la fuerza que lo sostiene; en ese lugar marginal nace el abrazo que reconcilia al universo. Ese niño frágil que “en sus bracitos lleva una cruz” aligera nuestras cruces, molestas y amargas, para cambiarlas en cruces de amor, fidelidad, solidaridad y perdón.

El Sabio aguatero, conocedor de nuestras vacilaciones y talentos,  siembra semillas y oportunidades para que, sin llevar la cuenta,  cultivemos un mundo más armonioso. Donde el consumo desenfrenado no inspire la convivencia, donde la ecología ambiental vaya de la mano con la ecología humana, donde la Sabiduría del aguatero devuelva la sonrisa a los corazones tristes y culpabilizados, haciendo crecer flores que alivian fatigas.  

Que el Niño ensanche la capacidad de ayudar y transformar en flores las vasijas agrietadas de los que están a nuestro lado.

Columna publicada en el Diario “Cambio” del 16 de diciembre de 2011